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De propinas e inocencia perdida

Ayer por la mañana recibíamos visita familiar a la casa a desayunar así que me apresuré a ir a la tienda (o supermercado como le dicen mis amigos chilangos) a comprar algunas de las cosas que nos hacían falta. No cargaba efectivo, solo un billete de 100 pesos y mis tarjetas. Al terminar la cajera de pasar los productos saco mi tarjeta para pagar, recojo mis 2 bolsas de mandado y le digo a la señora que me lo empacó que «Se lo debía para la otra» pues pagué con la tarjeta y no traía feria o cambio, la señora me lanza una mirada seca y me dice «No importa joven, está bien«…

Por supuesto que no le iba a dar 100 pesos de propina y la verdad tenía prisa como para ir a feriar el billete.

Hace muchos años que no veo niños o adolescentes empacando mandado. Será por una cuestión de leyes de protección al menor supongo. La mayoría de los establecimientos usualmente son atendidos por personas de la tercera edad.

Me considero una persona generosa, sobre todo cuando se me brinda un buen servicio, sin embargo he aprendido también, conforme he crecido, a no recompensar a quien no se lo merece. Cuando estaba en los inicios de mis 20’s solía darle propina a cualquier persona que me brindaba servicio, al que me «regalaba» una estampita de judas en el camión, al que me decía que lo «habían echado del otro lado«, todo sin cuestionar, como de alguna manera tratando de entender y subsanar la desgracia ajena. Después entendí que, como dice el dicho, «Ni están todos los que son, ni son todos los que están» y que hay que tener criterio para saber cuando y donde ayudar.

Parte de ese proceso ha sido evitar cargar con una cruda moral cuando incluso a alguien que considero debe ser recompensado no lo es. Llegué tan lejos como cargar siempre monedas tanto conmigo como en el carro destinadas única y exclusivamente a esta actividad porque, bueno, cualquiera que viva en México en una ciudad mas o menos grande sabrá que prácticamente hay que «darle dinero» a todo mundo; al guardia del restaurante, al que empaca el mandado, al que limpia el vidrio, etc. La cuestión es que, independientemente de que una persona se merezca ser recompensada no siempre estamos preparados para ello y eso no nos hace menos humanos, es simplemente una cuestión de prácticidad, tiempo y conveniencia.

Cuando los empacadores en los mercados eran menores de edad solían siempre decir al final del trabajo de empaque de cada cliente «Que le vaya bien», «Que tenga buena tarde» o algunos incluso «Gracias» sin siquiera haber recibido propina alguna. Se usaban unas pequeñas cajitas con una leyenda que decía «Su propina es mi sueldo. Gracias!» como diciendo de una manera muy modesta pero acertada que si uno no aventaba unas monedas a la caja el empacador se iba a ir a casa con las manos vacías. Cuando el cliente terminaba de juntar sus bolsas simplemente aventaba unas monedas a la caja y se retiraba. El empacador, como estrategia, guardaba las monedas cada cierto tiempo, como haciendo un «corte de caja» y dejaba unas pocas cuando esta ya tenía suficiente a manera de motivar a los siguientes clientes a seguir dejando propina al verla medio vacía. Al final del día se juntaba el total, se canjeaba por billetes y el día terminaba, mezcla de quienes si eran generosos y quienes no tanto. Algunos, como yo el día de ayer, simplemente daban las gracias y se iban.

Hoy en día que los empacadores son personas adultas, aun cuando son «viejitos» y se les considera tiernos por alguna equivocada percepción social la situación suele ser muy diferente: algunos empacan las cosas de manera desordenada o sin cuidado, no saludan al cliente o en el peor de los casos simplemente son indiferentes, como renegando de su situación, transmitiendo ese sentimiento al cliente. La «cajita» ya no existe y ahora usualmente se les deposita algunas monedas en la mano, acción que sirve para demostrar, en la mayoría de los casos, cual será la reacción de la persona dependiendo la cantidad de dinero con la que se recompense. Una vez recibido el dinero, por instinto, y olvidando que es de mal gusto, voltearán a ver la cantidad y replicarán con un eufórico «Gracias» si se ha depositado 10 pesos por un par de bolsas o con indiferencia si por el contrario solo nos sobraron 2 pesitos y se empacó un carrito lleno.

La diferencia entre actitud  de servicio, nobleza y motivación entre un niño y una persona adulta es abismal. Me recuerda la canción «Pequeño» de Enrique Bunbury:

Cuando era pequeño me enseñaron
a perder la inocencia gota a gota
que idiotas

Cuando fui creciendo aprendí
a llevar como escudo la mentira
que tontería

De pequeño me enseñaron
a querer ser mayor
de mayor voy a aprender a ser pequeño

Cada que voy al mercado recuerdo que debemos aprender a ser pequeños, en actitud, de vez en cuando. También recuerdo que alguna vez fui empacador, mi primer trabajo, y que aunque había personas  no tan generosas, siempre manteníamos una actitud de servicio y respeto, despidiendo a todos de igual manera, con un «Que le vaya bien» y esperando tener mejor suerte con el siguiente.

Publicado enPersonalPolítica, Historia y Sociedad.

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